QUIERO SABER MÁS
La iglesia es llamada primero que todo a adorar a Dios en espíritu y en verdad, independiente del lugar y la forma de dicha adoración (Juan 4.19-24). Cada creyente ha sido creado y redimido para la alabanza de la gloria del Señor (Efesios 1.11-14), es decir, para adorar a Dios. Y esa adoración se expresa en alabanzas que confiesan con palabras y hechos que Jesucristo es el Señor (Hebreos 13.15-16; 1ª Pedro 2.9-10), y en una vida que en todas sus facetas persigue como objetivo la gloria de Dios (Colosenses 3.17).
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La Iglesia es llamada a ser testimonio de Cristo y de su obra hasta el fin del mundo. Cada creyente ha sido redimido para proclamar el mensaje de la reconciliación con Dios (Hechos 1.8; 2ª Corintios 5.17-19).
La proclamación de las buenas nuevas consiste en desarrollar la misión de ser testigos de Cristo y de su obra reconciliadora de forma integral, congruente y fiel a las Escrituras. Desde el área de proclamación nos proponemos como meta ayudar a la iglesia a desarrollar esa misión.
Para ello estableceremos objetivos y prioridades del área y recabaremos los recursos y apoyos necesarios para que los ministerios asociados a el área pueda llevar a cabo sus objetivos.
Así mismo, facilitaremos y estimularemos la participación de los miembros de la comunidad en la tarea de la evangelización personal, animándoles a que lleven un estilo de vida íntegro, congruente y en el poder del Espíritu Santo, así como un compromiso de vida de oración (Colosenses 4.2-6).
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo:
Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Amén.” Mateo 28.18-20
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Efesios 4.15-16
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La iglesia es llamada a ser un edificio que se construye sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, cuya piedra angular es Jesucristo (Efesios 2.19-20). Al ser piedras vivas del edificio, cuya piedra angular es Jesucristo, todos los miembros de ese edificio somos sacerdotes, llamados a edificarnos los unos a los otros (1ª Pedro 2.5 y 9).
La edificación tiene una dimensión colectiva o comunitaria, y tiene que ver con el crecimiento y con la consolidación del grupo de creyentes. Sin embargo, debemos tener siempre presente la dimensión individual de la edificación. En este sentido, la edificación es el proceso de crecimiento y consolidación espiritual de una persona a lo largo de su ciclo vital dentro de la comunidad del pueblo de Dios que adora, proclama, es edificada y sirve en un contexto determinado.
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La iglesia es llamada a servir, lo mismo que Jesucristo vino para servir (Marcos 10:45). Ese servicio es el producto del seguimiento a Jesús (Juan 12:26) de amor a Dios y al prójimo, realizado desde la nueva libertad que tenemos en Cristo (Gálatas 5.13), con humildad y como una ofrenda agradable a Dios (Romanos 12.1). El servicio se debe practicar con todo lo que somos y tenemos, poniéndolo en las manos del Señor. Somos llamados a hacer el bien a todos y a no desmayar (Gálatas 6.9-10).
“Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros”. Gálatas 5:13
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