Te doy gracias, Señor, por mi corazón.
Momento a momento y día a día mi corazón ha bombeado sangre a cada miembro y órgano de mi cuerpo, proporcionando los nutrientes que le dan vida y energía. No ha necesitado ni mantenimiento ni repuestos, ni combustible ni lubricación especial. Se ha acelerado con fuerza cuando he necesitado ayuda para un gran esfuerzo, y me ha sostenido tranquilamente mientras dormía. Concédeme, oh Dios, el don del dominio propio.
No debo comer tanto que acumule grasa innecesaria, incrementando así el trabajo que requiere mi corazón. Ayúdame a evitar las comidas ricas en azúcares y grasa que estrechan mis arterias. Ni me dejes descuidar mi fortaleza, dependiendo perezosamente de coches y máquinas cuando puedo utilizar sin problemas mis brazos y mis piernas.
Líbrame, Señor, de la ambición de dar a la riqueza, el poder y el prestigio una alta prioridad, y en el proceso añadir estrés a mi horario diurno y quitarme el sueño reparador en la noche. Contrólame con tu Espíritu que me enseña a perdonar cuando la ira se acumula, a buscar perdón cuando soy oprimido por la culpa, y que hace crecer en mi el fruto de la paz y el amor. Entonces mi corazón latirá con el ritmo del contentamiento, y todo mi cuerpo conocerá la armonía y la alegría sosegada. Cuando en la plenitud del tiempo el latido de mi corazón flaquee y falle, dame esta gracia, amado Señor: que mi respuesta no sea la irritabilidad que no dura para siempre, sino la gratitud que me ha servido mucho y bien.
Del Libro: Formidablemente y maravillosamente: La maravilla de llevar la imagen de Dios –
Philip Yancey con Dr. Paul Brand
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