En múltiples ocasiones somos incapaces de amar porque no hemos comprendido la verdadera naturaleza del amor de Dios, que es el amor que somos llamados a dar a los hermanos y hermanas en la comunidad de fe, la iglesia (Jn. 13:34-35; Ef. 5:2). El amor que Dios nos da no es proporcional al amor que nosotros le mostramos a él ((Jn. 3:16; Rom. 8:31-32), por tanto, en nuestras relaciones interpersonales hemos de estar dispuestos a aprender a amar y ser amados incondicionalmente. “El amor mutuo tiene muchas implicaciones… Por medio de sus múltiples mandatos que demandan reciprocidad -«saludaos los unos a los otros», «sobrellevad los unos las cargas de los otros», «exhortaos los unos a los otros»- el Nuevo Testamento nos muestra qué supone el amor en las circunstancias concretas de la vida…
Algunos de estos mandamientos establecen el fundamento a partir del cual pueden crecer las relaciones: saludaos los unos a los otros (Rom. 16:16); sometiéndoos los unos a los otros (Ef. 5:21); soportándoos los unos a los otros (Ef. 4:2; Col. 3:13a). Otros nos capacitan para mantener esas relaciones a lo largo del tiempo: perdonándoos unos a otros (Col. 3:13b, Ef. 4:32); confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros (St. 5:16); servíos los unos a los otros (Gál. 5:13); exhortaos (animaos) los unos a los otros (Col. 3:16; Heb. 3:13). Pero, además, hay otros que nos capacitan para ayudar a las personas cuando están pasando por crisis: consolaos (alentaos) los unos a los otros (1ª Tes. 4:18; cf. 2ª Cor. 1:3-7); sobrellevad los unos las cargas de los otros (Gal. 6:2). El último grupo de mandamientos recíprocos nos lleva a confrontar a aquellos hermanos y hermanas que han comprometido aspectos básicos de la fe y la ética cristiana: estimulaos los unos a los otros (Heb. 10:24-25); reprendeos los unos a los otros (Mat. 18:15-20; Gál. 6:1)…
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