Es, por tanto, poco realista y poco práctico esperar recibir de otras personas exactamente lo que hemos dado, o viceversa. Tampoco es bíblico. Nuestra responsabilidad es doble. Debemos darnos a los demás creyentes sin reservas, y debemos aceptar sus dones de amor hacia nosotros también sin reservas. A quien damos y de quien recibimos no será siempre la misma persona. La reciprocidad requiere que el amor sea dado con liberalidad y recibido con agradecimiento, distribuido con imparcialidad y celebrado como un tesoro especial.
No puede confinarse solo a dos personas o a dos grupos, en que cada cual esté mirando y sopesando cada acción para asegurarse de que está dando en el mismo grado en que recibe, porque en esa situación nunca se compartirá amor. El amor mutuo es el encuentro entre la preocupación incondicional y la necesidad manifiesta en el cruce de nuestras relaciones en el cuerpo de Cristo.
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